Hoy teníamos una entrevista en
Radio Círculo, pero -cosas del destino- se
confundieron en la hora de citación y, cuando llegué, ya se había terminado el
programa. ¡Vaya chasco! Nos habíamos quedado sin esa promoción que nos habría
venido tan bien para la función de este domingo... Llevaba en el bolso unos
papelitos preparados con la información que había imprimido y cortado antes de
salir de casa. Aproveché a repartirlos por aquella zona (Alcalá, Gran Vía y
alrededores). No dejo de sorprenderme cómo la gente se muestra, mayoritariamente,
tan amable y receptiva cada vez que me acerco a ofrecerles uno de esos papelitos.
También hay, claro está, quien pasa de largo sin siquiera mirarte...; ahí se queda uno súper cortado, con el brazo extendido, sin saber
dónde meterlo, ni que hacer con él. A veces el rechazo es incluso despectivo;
entonces te quedas hecha polvo, dolida. Pero es el riesgo que conlleva hacer
algo así. Hay que comprenderlo, también yo, muchas veces, cuando me han
ofrecido un papel por la calle, he pasado de largo. Hay que ser muy sensible y
entrar suavemente para no molestar. Estamos hartos y saturados de publicidades,
de que nos quieran vender y vender cosas. Hay que acercarse de otra manera; que se deje sentir que se trata de algo
especial, algo con corazón. Entonces la gente lo agradece.
Con esta acción, he tenido hoy y otros días la ocasión de entablar conversación
con gente muy dispar. Me he dado cuenta de que hay un alto porcentaje de gente
que le gusta el teatro. Un muy bajo porcentaje de público que conoce a Agustín
García Calvo y, los que le conocen, o son unos apasionados de sus escritos y
razonamientos, o todo lo contrario: aborrecen su postura tan radical.
Y, es que -como dice Agustín-, la guerra es con uno mismo y eso es algo
peliagudo. No siempre uno está dispuesto a jugársela.