Realidad y ficción, ambas un espectáculo.

 

Bellísimo el lugar donde hemos actuado hace un par de días, la Ex Presa, antigua cárcel de Segovia convertida hoy en espacio escénico. Y esto sólo se puede decir desde el respeto por el sufrimiento que en otros tiempos debieron albergar estos muros. Las puertas que veis en la foto son las entradas a las celdas en las que actualmente se representan obritas cortas de Microteatro. Tienen otra sala más grande acondicionada para recibir espectáculos de mediano formato con un aforo de 140 butacas. Fue en esta sala donde presentamos Todas a la una. Vinieron unas 70 personas a ver el espectáculo. La función marchó bien a excepción de un lapsus de memoria que padecí en una de las escenas. Lo compartí con el público y pedí a Rosa -nuestra técnica de luces- que pusiera de nuevo el efecto de luz anterior para comenzar la escena desde el principio. Así hicimos, y la gente lo recibió muy bien, con algunas risas. Lo malo fue que al llegar al dichoso sitio me volvió a ocurrir lo mismo. Volví a compartirlo con el público, volví a pedir a Rosa que pinchara el efecto de luz anterior y volví a comenzar la escena por tercera vez. Esta vez el público no se rió. Parecía que estábamos en la cuerda floja, tanto el público, como yo. Le echamos coraje y salimos para alante ya sin problemas, todo lo contrario, la función cobró a partir de entonces mucha fuerza. Rosa, la pobre, lo pasó fatal pensando en el apuro que yo estaría pasando, pero yo estaba muy tranquila, el público es muy generoso y comprensivo en estas ocasiones, desde el escenario se siente su apoyo. Vivir estas experiencias trae consigo algo muy revelador y es que, teatralmente, funciona muy bien cuando, fruto del directo, aparece sobre la escena un error o algo no previsto ante los ojos del público. El espectador sale repentinamente de la ensoñación para presenciar una escena real, generalmente comprometida para el actor, y acto seguido vuelve a sumergirse en lo representado. ¿Ficción, realidad? ¿Dónde está la línea que las separa? Una señora me dijo al término de la representación que lo que más le había gustado fue aquel momento. Creo que pensó que era algo marcado en el espectáculo.

Agustín siempre decía que el teatro es un juego del tiempo real (la hora y media de representación) enfrentado con el tiempo de lo representado (el tiempo en el que trascurre la acción dramática: un año, siete horas..) y en algunas de sus obras hizo por ponerlo exageradamente en evidencia. Ejemplos de esto encontramos en Pasión donde hay una escena en la que dos personajes se salen cinco minutos de la farsa para hablarle al público de su vida cotidiana o en la Illiu Persis, donde un personaje, Creusa, sale de escena abriendo una trampilla que hay en el suelo del escenario en el intento de abandonar para siempre el papel que le ha tocado en la tragedia; otro de los personajes, Eneas, la demostrará cómo eso no es sino cumplir con lo que está escrito en su papel y que los muros que les rodean o la tierra que pisan no son más que cartón piedra, pura escenografía.

Es curioso que esta entrada la hemos empezado alabando el encanto especial de la Ex Presa, que reside en que fue realmente una cárcel y su arquitectura está constantemente recordándonoslo. Últimamente han triunfado en Madrid varios espacios escénicos como La casa de la portera, que fue verdaderamente la casa de la portera en una comunidad de vecinos o Microteatro por dinero, un antiguo prostíbulo. Queda demostrado que ese baile entre realidad y ficción es algo bien seductor para el público.