viernes, 3 de agosto de 2012

Despedida y vuelta pa casa

Me senté en un banco. Estaba chispeando. Venía de hacer una función en el domicilio particular de una amiga que no podía asistir al teatro por estar enferma. Miré hacia arriba y me encontré con esta conocida vista de la ciudad. Barcelona empezó a llover sobre mí, personas y cosas con las que he compartido estos entrañables días se amontonaban agradablemente en mis pensamientos: cenas, jardines, paseos, playas, mi primo, su familia, el piano, Bart, Roberto, Yolanda, Mónica, el Cesterito, Katia, Max, Juan Carlos, Carmen, David, el falafel, el humus, La Virreina, El Barrio de Gracia, Porta 4, su público, el metro, la calle... La despedida, aunque había tratado de esquivarla, había comenzado. Al día siguiente era la última función. Vino mucha más gente: unos 30. El efecto boca a boca, algunos amigos que repitieron y los cientos de papelitos que repartí por la calle los días anteriores, dieron algún resultado. Había una energía preciosa en el público, me dejé llevar por ella o, mejor dicho, me dejé arrebatar por ella y salió una función impresionante. Digo impresionante porque a mi misma me impresionó el sorprenderme arrojada en nuevos juegos y matices que las escenas ofrecían. Tanto es así que, de repente, en una escena que hago medio a oscuras, ya no sabía dónde estaba y me encontré sin saber ni cómo entre el público, perdida del escenario: genial, me pareció genial. Se trata de un personaje que quiere abandonar la escena y casi lo consigue!! Al llegar a Madrid me encontré con un viejo compañero bailarín que, por su grandísima sensibilidad, nunca terminó de encajar bien en este mundo. Hace años que vive en la calle y de vez en cuando me lo encuentro por el barrio. Unas veces me conoce, otras no. Esta vez fue de las que si. Nos preguntamos el "qué tal" y, al comentarle que venía de BCN, de hacer una función, me dijo que lamentaba mucho no poder ir a verme al teatro. Entonces escenifiqué para él y sus amigos vagabundos "Mucho", el primer relato con el que se abre el espectáculo. La pza. de Tirso de Molina se convirtió en un escenario improvisado. Teníais que ver sus caras: cuando uno hablaba, los otros le mandaban callar. Yo, en este texto, hago como que enciendo un cigarrillo pero sin que lo haya realmente: lo mimo, pues uno de ellos se levantó a darme fuego de verdad con su mechero. Yo, claro está, lo incorporé e hice como que el cigarrillo se encendía: realidad y sueño no se distinguían!! Al terminar uno me compró un chupa chups en un puesto cercano para regalármelo, supongo que con los dineros que había sacado de pedir; otro me regaló unas gafas de sol medio rotas que llevaba puestas. Insistieron en que aceptara los regalos, pero, el mayor de todos, fue que vi como algunas lágrimas se resbalaban por aquellas mejillas tan roñosas. ¡Qué maravilla el teatro!, y qué necesario en este mundo tan enfermito.
Por otro lado deciros que nos han confirmado que estaremos con Todas a la una en la SALA TRIÁNGULO (Madrid) todos los domingos de octubre y noviembre 12. Ya os daré la lata para entonces otra vez para recordarlo.